jueves, 19 de marzo de 2015

UNA HISTORIA DE FICCIÓN. Homenaje a una jubilada desconocida...

UNA HISTORIA DE FICCIÓN

En homenaje a una jubilada desconocida y a aquellos que están lejos de los ojos, de los oídos y del corazón de quienes gobiernan...


El Observador Gauchipolítico y Demopatriótico

La historia que sigue a continuación es una pura ficción.
Cualquier semejanza con hechos o personajes reales es sólo coincidencia. Es un relato imaginario que hemos recibido y que nos pareció interesante hacer conocer.
Por puro placer literario. Por el gusto de la literatura de ficción.
La historia ocurrió en un extraño país al que llamaremos A.
Es un país al que, los que viven en el centro del mundo, llaman “periférico”. Se lo suele calificar de subdesarrollado, en vías de desarrollo o “emergente”. Los que así lo califican no explican nunca el porqué de su subdesarrollo o de dónde emerge y quién lo sumergió antes.
Lo cierto es que el país que llamaremos A, tiene desnutrición infantil aunque produce alimentos que podrían alimentar a una población diez veces mayor a la de sus habitantes.
Claro que no es su única contradicción. Sólo a modo de ejemplo, en el país A el juego y la renta financiera no tributan impuestos pero quienes trabajan sí lo hacen. Y surgían y surgen extrañas fortunas de la noche a la mañana. Y unos pocos ostentaban  y ostentan obscenas riquezas.
Cuando se buceaba en las causas de su “subdesarrollo” se encontraban verdaderas rapiñas de sus riquezas, dignas de un remoto pasado donde los países no eran iguales (como, se dice, que ahora son). El país A pertenecía a una época donde algunos Estados eran lobos de otros y esos otros eran su presa. Los países “lobos” contaban con servidores internos en los países “ovejas” (como el país A) para su rapiña.
No andaba nada bien la educación pública en el país A.
Tampoco su sistema de salud.
Lo curioso del país que llamaremos A es que sus gobernantes, y los más promocionados a reemplazarlos, no hablaban de eso.
El 70% de sus jubilados recibía un ingreso que los transformaba en pobres y hasta en personas con Necesidades Básicas Insatisfechas (curioso eufemismo que se usaba en el país que llamaremos A para designar a quienes no tenían los medios mínimos para vivir).
Entre las curiosidades del país que llamaremos A estaba la de que tenía un sector de su territorio colonizado, pero muchos (sobre todo los dirigentes más expectables) no percibían (o no querían hacerlo) la magnitud de esa circunstancia, propia de épocas superadas.
En el país A, un ex funcionario de salud había escrito en un diario de gran circulación que “...Las familias buscan (cuando les es posible) resolver no ya la calidad sino, al menos, un lugar donde atenderse en la mejor condición posible...”. La mitad de su población sólo tenía (cuándo podía llegar) un sector estatal de salud que carecía de lo esencial... El país A tenía además un sistema de seguro social de salud al que accedían los que tenían algún tipo de trabajo legal (en blanco), pero que también distaba de ser el adecuado.
Es bueno aclararle al lector que un 30% de los ocupados trabajaba en condiciones precarias y carecía de servicios sociales.
En ese país A, y en su sistema de salud, transcurre esta historia de ficción. Ubicadas las características del extraño país A, vayamos al relato.
Un nativo del país A, al que llamaremos HM, era un profesional de la salud que tenía una madrina.
De muchos años. Ochenta y ocho.
En el país A, en los tiempos en que nació HM, la madrina de alguien era su segunda madre, encargada de cuidarlo si faltaran los padres. Lo mismo su padrino, que era el esposo de la madrina de HM, ya fallecido hacía muchos años.
A la madrina de HM la llamaremos ZC.
Un día, la madrina ZC se enfermó. Probablemente por una obstrucción intestinal o un cáncer. Como cada vez se sentía peor acudió al sistema de atención de jubilados que existía en el país A.
El sistema no era bueno. Algunos, satíricamente, (haciendo un juego de palabras) lo llamaban Peor Atención Médica Imposible. Aunque, justo es decirlo, el resto del sistema no se quedaba atrás en su mala atención.
ZC fue internada en la Clínica que le correspondía por disposiciones burocráticas, pero a las pocas horas la mandaron a su casa diciendo que no tenía nada.
Pero ZC seguía empeorando y sufriendo dolor.
A la semana, como no podía ser de otra manera, la volvieron a  internar. No había cama, así que la internaron en una habitación precaria que correspondía a una guardia de niños. Los familiares protestaron pero no hubo caso. Más que atendida fue depositada como una cosa... abandonada a su suerte.
Cabe aclarar aquí que en el país A, en su sistema de atención de jubilados, se paga por “cápita”.
Debemos aclarar a los lectores, a los efectos de la historia, esta extraña rareza adicional del país A.
La Clínica en cuestión recibe un monto de dinero a principios de mes que es un estimado de lo que “gastarán en el mes” los jubilados que le tocan a esa Clínica (esta es su “cápita”). Si la Clínica gasta de más perderá dinero, si gasta menos ganará dinero.
El resultado de este perverso sistema es que se trata de no atender a  los jubilados para gastar menos y ganar más. Por eso evitaban atender a ZC, la madrina de HM.
Para gastar menos y ganar más.
Le avisaron de la situación a HM. Los familiares no sabían que hacer.
HM quedó entre azorado, perplejo e impotente.
Recordó la historia de los esquimales que se ven obligados a abandonar a su suerte a los más viejos, ya imposibilitados de obtener su propia comida, para que mueran en el frío. Pero los gobernantes, de todo color, del país A sostenían que era un país de futuro promisorio, central, “emergente”...
HM no lo podía creer. Su madrina ZC iba a morir sin siquiera los paliativos mínimos para el dolor. Se desesperó...
De pronto se le ocurrió una idea...
Buscó en Internet los datos de la Clínica y su historia.
Lo que encontró no lo tranquilizó. En el año 2007, en la clínica en cuestión, habían dado por muerto a un paciente. Cuando los familiares estaban haciendo los trámites para su inhumación recibieron un llamado urgente de un empleado de la Clínica. Había advertido que la bolsa donde estaba el supuesto cadáver se había “movido”. El paciente no estaba muerto. Había sido un error.
En el año 2010 había otra denuncia por la mala atención. Se decía que tenía una sola ambulancia que no era tal. Era una única camioneta de carga en la que, denunciaban los pacientes, a veces se trasladaban dos pacientes juntos.
Las contradicciones entre lo que se decía y lo que pasaba en la realidad eran moneda corriente en el país A. Se sorprendió HM cuando vio en las páginas oficiales del Sistema de Atención de Jubilados que la Clínica en cuestión era descripta como poseedora de todos los niveles necesarios de complejidad médica.
Dicen los que conocen al país A, que hay frecuentes diferencias entre lo que describen los gobernantes y lo que pasa en los hechos. Y que la población desarrolla variados medios para subsistir en esas condiciones adversas. Habilidades para actuar ante situaciones hostiles e injustas.
HM tuvo entonces una idea. Buscó la dirección de la Clínica y su teléfono.
Cabe aclarar al lector que HM, además de ser profesional de la salud, tenía alguna experiencia informal de periodismo. Y, entonces, como periodista, llamó a la Clínica y pidió hablar con su Director diciendo que estaba haciendo un informe de prensa sobre la atención del Servicio de Jubilados en la ciudad, y que en el caso de esa Clínica, le interesaba el caso de ZC. Y nombró algunos medios con los que estaba relacionado.
Le dijeron que no estaba el Director. Pidió hablar con alguna autoridad a cargo. Lo quisieron comunicar con una Caba Enfermera. No aceptó y le dijeron que más tarde llegaría la Secretaria de la Dirección. HM avisó que llamaría en media hora y así lo hizo. Tampoco consiguió que ninguna autoridad lo atendiera, pero insistió en el informe que preparaba y en la paciente ZC (sin decir que era su madrina).
Exactamente veinte minutos después del último llamado, HM se enteró por sus familiares que el Director, en persona, fue a ver a ZC y ordenó su traslado a terapia intensiva. Al día siguiente la operaron y a la mañana siguiente falleció.
Tenía un cáncer de colon avanzado. Era la misma paciente que había sido dada de alta una semana antes “porque no tenía nada”.
Pensaba HM que era cierto que ya nada se podía hacer, y que tenía muchos años. Pero un ser humano tiene derecho hasta a los cuidados paliativos finales. Además, los casos de abandono, en el sistema de Salud del País A, eran frecuentes, independientes de la edad y condición médica del paciente. El miedo a la difusión pública de sus malas prácticas hizo que las autoridades de la Clínica del país A se ocuparan, algo, del caso de ZC.
A HM le pareció inaceptable. Sintió gran indignación. Sintió odio.
Pero es sabido que donde hay odio es inseparable el amor.
Recordó HM que su madrina ZC era la hija menor de un matrimonio con cuatro hijos y que, cuando era pequeña, los médicos le recetaron vitamina C. Como no tenían dinero, los padres compraban una naranja por semana y le daban un gajo diario a ZC y no al resto de sus hijos. El padre de ZC había quedado sin trabajo por una enfermedad y la esposa era el único sostén.
A esta altura es bueno aclarar que ZC era también tía de HM y los padres de aquella sus abuelos maternos.
Así que las injusticias eran de vieja data en el país A.
Y las injusticias generan odio pero también amor por las víctimas. Y rebelión ante la injusticia.
Al día siguiente ZC falleció. Esa noche HM no pudo dormir. Se levantó de madrugada y, por primera y única vez, largó un corto sollozo.
Hacía tiempo que HM había notado que, en ocasión de cada muerte, tenía sólo un corto sollozo que no era sólo por el muerto reciente sino, también, por todas las muertes anteriores.
A esta altura, el lector debe saber que HM había estado preso varios años, hacía muchos años, en ocasión de una Dictadura que era en gran medida responsable del estado del país al que llamamos A (lo que no eximía de responsabilidad a sus continuadores). Y que su padre había muerto cuando HM estaba preso, sin que HM lo pudiera despedir.
En la cárcel, el día en que se enteró de la muerte de su padre, no lloró. Esa noche apretando su cara en la almohada, echó, por primera vez, un único sollozo. Debe saber el lector que, en el país que llamamos A, llorar se considera una debilidad y HM no quería que sus carceleros lo vieran débil.
Después, cada muerte fue un único sollozo silencioso y ocultado, por la última muerte y por todas las muertes injustas anteriores. Injustas por acción directa de los culpables o por consecuencias necesarias de lo que ocurría en el extraño país al que llamamos A.
HM tenía casi setenta años. A veces le dolían los huesos al levantarse. Y le aparecían los inevitables achaques de su edad.
A veces se sentía cansado.
Pero la noche posterior al velorio de su madrina, HM pensó en el futuro de los niños que habían nacido. Pensó, también, en que lo que no se hiciera ahora, contra tanta injusticia y tanto dolor, sería una pesada herencia para ellos.
HM recordó una conversación con un amigo arquitecto. En ella hablaban de sus épocas de estudiantes. HM le había dicho a su amigo arquitecto: “¿te acordás de tu época?”. Y el arquitecto le contestó “Ésta del presente es mi época, y será mi época mientras pueda seguir luchando por cambiar la realidad”.
HM recordó una frase de José Martí: “En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre.”
A la mañana siguiente HM se levantó y salió. Había comprendido que todavía era su época...